Contratación bancaria
A día de hoy nadie está libre de tener un banco como compañero de este viaje, que es la vida, siquiera por tener una cuenta de ahorros en la que ir depositando lo mucho o poco que se va consiguiendo mes tras mes.
Quien más y quien menos, sufre los constantes envites para contratar un nuevo plazo fijo, que es el mejor del mercado; esa tarjeta revolving que te permite gastar lo que tu quieras e ir pagando según te parezca; el nuevo canal on-line con todas las seguridades y garantías para hacer tu operativa más habitual; o el renovado seguro multi-riesgo hogar de garantías exorbitantes. Pero, ¿cómo es que mis padres pudieron vivir sin todo eso?
Lo malo llega cuando descubres que el plazo fijo no era un plazo, que la tarjeta es un crédito por el que estás pagando unos intereses de vértigo de tanto partir y partir las cuotas, que el canal on-line tiene todas las seguridades pero no se hacen responsables de que tú tengas un troyano y te hayan usado las claves y que, para más inri, el seguro lleno de garantías para el hogar no cubre ninguna de las averías que tienes. Si es que ya me lo dijo mi madre…
En un mundo tecnológico como es el nuestro bien merecen ser recordadas tres ideas que a todos, creo yo, nos han repetido hasta la saciedad durante nuestra infancia. No son grandes descubrimientos, ni la verdad universal revelada, son simplemente ideas a tener presente cada vez que entras en la sucursal y alguien muy amable te anima a sentarte a su mesa, si tienes un minutito:
1º. Desconfía de los extraños.
Al del banco no le conoces. Si tienes suerte, habrás conseguido sentarte cuatro veces a su mesa antes de que lo hayan vuelto a cambiar de sucursal, justo cuando ya te estabas acostumbrando a sus manías, sobre todo esa manía de comentarte lo bien que iban los fondos asiáticos que daba la impresión que metías mil euros y en un par de años ibas a recuperar diez mil. Aunque, también es cierto, se puso un poco pesado cuando llamó tantas veces diciendo que si tocaba renovar el seguro del coche y por qué no pasaba a verle, que hacían precio especial.
Parece mentira pero ellos saben de ti mucho más que tu de ellos. El bancario avispado, si no se acuerda de tu nombre, te pedirá el número del DNI “para ir buscando tus posiciones”. En cuanto lo haya tecleado, un mundo mágico se despliega ante él: todos tus datos personales, tus posiciones económicas, productos contratados y ofertados, las veces que te han llamado y un sinfín de cosas más, recibos que tienes domiciliados, cargos con tarjeta, operaciones en sucursal, por cajero y telemáticas. Todo. Te han hecho un traje y no te has dado ni cuenta.
Ahora, plantéate esto: si alguien por la calle te hace una pregunta personal, ¿qué respondes?
2º. Nadie da un duro por cuatro pesetas.
Esta idea tiene un corolario interesante: lo barato sale caro. Por ejemplo, un banco es un banco y una aseguradora es una aseguradora. Cada cual en su mercado lo harán mejor o peor, pero si ahí siguen, muy mal no lo tienen que estar haciendo el uno con sus productos financieros y el otro con sus seguros. Cuando un banco vende seguros, ¿no os parece raro? ¿Cómo es posible que el seguro que vende el banco sea más barato que el de la compañía de seguros, más aún si tenemos en cuenta que el banco sólo comercializa los seguros y se tiene que llevar una comisión por la venta? La solución está en que ese seguro tan bueno, bonito y barato, al final no es tan bueno, ni tan bonito ni tan barato.
3º. El último duro que lo gane otro.
Por mucho que digan en los bancos, las malas inversiones existen. Y lo que es peor: una buena inversión puede pasar a ser mala de un día para otro. Más aún: mantener una mala inversión pensando que va a mejorar, la convierte en pésima. ¿Alguien ha visto subir una acción en bolsa como la espuma para darse al día siguiente el batacazo? ¿Nadie ha invertido en un fondo de inversiones que estaba subiendo para ver como desde aquel día no ha parado de bajar?
Nadie tiene una bola de cristal con la que poder vaticinar los vaivenes del mercado. En consecuencia, si mi opinión va a ser tan mala como la del bancario, la decisión de invertir o desinvertir la tomo yo, que para algo el dinero es mío.
Y, si aun siguiendo estas reglas, no estáis seguros de que hayan respetado vuestros derechos, pregúntale a tu abogado.
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