En época de elecciones, el político de turno siempre se acuerda de los autónomos y profesionales. No empero el maltratado tejido empresarial de nuestro país está conformado en su mayoría por pequeñas empresas familiares, por autónomos y por profesionales liberales, aunque todo ello se pueda reconducir a una misma realidad, de forma que el caladero de votos es fácilmente identificable y, presumiblemente, altamente atractivo. Pese a ello, encuentro pocas ideas nuevas destinadas a convencer a estos nichos del mercado político y aligerar la carga que sobre unos y otros pesa.
Cuando pensamos en un autónomo, se nos viene a la cabeza la imagen de una persona con salud de hierro. Pocas veces se nos ocurre pensar en todo aquello que afronta el autónomo, día sí y día también, y que poco o nada tiene que ver con el trabajo que desarrolla.
Todo autónomo, cualquier autónomo, se ve obligado a lidiar con la Administración Pública y su burocracia infinita, bregando como puede, sobre todo, con los aspectos laborales y fiscales de la profesión ejercida.
Si el autónomo tiene empleados dependientes, todos los meses caen las nóminas, que no solo se han de pagar sino también hacer y comunicar a las Administraciones; las altas y bajas en la Seguridad Social; las vacaciones, permisos y licencias… Todos los meses hay un chollo con el que lidiar ya vivas en Barcelona o ya en Madrid, ya trabajes en el campo vaciado del centro peninsular, ya en los núcleos urbanos pujantes de nuestro litoral.
Como forma de paliar este problema, desde hace años, viene proliferando la asesoría laboral en Barcelona, por ejemplo, como actuación autónoma y desgajada del asesoramiento jurídico, destinada, por consecuencia del principio de especialización, a suplir las carencias del autónomo en este ámbito concreto y, al más puro estilo smithsoniano, la división del trabajo da lugar al surgimiento de la gestoría de autónomos de Barcelona, por ejemplo, como mecanismo para simplificarle el chollo antes mentado al pobre autónomo.
En otras ocasiones lo he dicho: nadie lo sabe todo y es mejor no intentarlo. La profesionalidad con la que una asesoría laboral desarrolla su trabajo no se puede comparar con los bien intencionados consejos de un amigo en el bar al igual que la eficiencia de una gestoría no se puede equiparar con el “no te preocupes que seguro que conoces a alguien que te lo arregla”.
Cada cual tiene su punto fuerte y a ello se dedica.
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