Justicia y política, política y justicia… Suenan a binomio indisociable, ¿verdad?

Si pensamos en la justicia, nos vienen a la mente imágenes de una mujer de rostro hierático, venda en los ojos, balanza y espada, algunos incluso se acuerdan de que tiene un león rendido a los pies. Togas de negro azabache con, o sin, puñetas en las mangas; problemas y soluciones, o soluciones a medias. Fortuna, suerte y, también, venganza.

La política evoca largos discursos, con mayor o menor sentido, y contenido. Conversaciones, enconados debates. Ideas, proyectos, propuestas. Ilusiones, esperanzas; éxitos y fracasos, que cambian de significado según la lectura. Ambivalencia, indefinición, indiferencia.

Justicia y Política son amigas a ratos y a días. Te rasco, si tu me rascas pero te suelto un taconazo, si te pasas. Justicia y política son enemigas, encubiertas, solapadas; de esas de tapadillo, que le cuentan al vecino lo que hiciste mal el otro día, pero que en público se respetan, hasta se adoran, sin perjuicio de clavar la puntilla hasta el fondo al primer descuido. “Te empieza a tirar la toga en la cintura, Justicia; vas a haber engordado un poco”. “Me lo enseñaste tú, hija: si yo me lo guiso, yo me lo como”.

Justicia es recta y formal. Chapada a la antigua, que se dice; más por los años que gasta, que por propia voluntad. Tiene culpa de su situación, en parte, porque no sabe hacerlo mejor y, en otra (gran) parte, porque se cansó, ya hace años, de intentarlo. Si, de vez en cuando, protesta su soledad… Bueno, mejor no profundizar en temas sensibles.

Política es un poco locuela, muy simplona pero más trabajadora que ninguna. Siempre está erre que erre: que si ahora cambio los muebles, que si aireo el armario, que si no llego a fin de mes así que dejo el jamón y me cambio al chóped… Y tiene afición a entrometerse, en todo, aunque con buena fe, que para algo se presume siempre.

Justicia y Política se conocen desde hace años y se tratan como hermanas. Son como mellizas, de esas que al saber que hay una, se busca a la otra con la mirada; mellizas que se complementan, de las que de pequeñas van conjuntadas pero al hacerse algo más mayores, que no adultas, intentan diferenciarse a través de la vestimenta, para acabar siempre discutiendo por quién se pone hoy esta prenda.

Justicia y Política, Política y Justicia… Cuando allá por los 80 salían de compadreo, arrasaban. Todos querían estar con ellas, a ser posible, juntas; pero ya se sabe que una mujer de bien, esas cosas no las hace o, al menos, no las cuenta, que secretillos tenemos todas. Hubo muchas rodillas raspadas y orgullos heridos y, con los años, ya se sabe, el veneno que no se suelta, se agria.

Los años 90 las vieron echarse a volar, un mundo por descubrir, por conquistar. Cada cual tenía sus objetivos, sus metas: estabilidad o crecimiento. Fue un lento alejamiento. Primero dejaron de salir los viernes; luego, ya solo un sábado cada dos, que se convirtió en una comida a la semana y, bueno, si esta semana no puedo, tanto da, que le veré la semana que viene. Cada vez era más difícil ponerse al día. Surgen las suspicacias.

Llegó el nuevo siglo y Política creyó que todo necesitaba un cambio, otra vez, desde arriba hasta abajo. Justicia no decía ni sí ni no, ni todo lo contrario. Le seguía molestando que Política tuviese tanta iniciativa, tanta energía (“Si es que no para nunca, la jodía”) pero tampoco era plan de empezar a decirle que no, que parase, que estuviese quieta, que no me toques eso que no hace falta.

Política, por su parte, no salía de su asombro. Al comienzo pensó que Justicia se relajaría con el paso del tiempo, que se haría más flexible; vamos, que se quitaría un poco el polvo y las telarañas. Pero el tiempo, que da y quita razones, ante todo le arrebató la paciencia. Si antes tiraba un poco del brazo a Justicia y con eso bastaba para reconducirla, ahora tenía que tirar con ganas, a mala leche, para que la otra le hiciese un poco de caso. También el problema lo tiene Política, dicho sea de paso, que nunca se aclara, ahora hacia la derecha, ahora hacia la izquierda pasando por el medio porque en medio queda; la trayectoria de una mosca: perfectamente definida cuando se posa, cojonera en el trayecto y molesta la mayor parte del tiempo.

Los últimos años les han traído arrugas y canas, más por los disgustos que no dejan de darse antes que por cualquier otra circunstancia. No se dan cuenta de que hace tiempo que no hablan, que no se cuentan sus ilusiones (si queda alguna) ni sus esperanzas, sus planes y proyectos… Lo que en un principio era un proyecto casi fraternal se ha convertido en rutina, en un momento de inercia de velocidad infinita, mareante e idéntico.

¡Ay, Justicia y Política! ¡Política y Justicia! ¿Cuándo os cansaréis y os sentaréis a hablar?