El Boletín Oficial del Estado, ese mamotreto de miles de páginas que diariamente actualiza nuestro ordenamiento jurídico y que nadie lee, nos ha sorprendido hoy con la publicación del Real Decreto 470/2015, de 11 de junio, por el que se revoca la atribución a su Alteza Real la Infanta Doña Cristina de la facultad de usar el título de Duquesa de Palma de Mallorca.
El ascenso y caída de un Ilustre siempre genera sentimientos encontrados y provoca discusión y comentario. Vaya por delante mi completa falta de interés por hacer leña del árbol caído, pero tampoco puedo dejar pasar esta ocasión para comentar la situación jurídica tan interesante en la que se encuentra la Infanta Doña Cristina. Pero por dónde empezar, me pregunto…
Érase una vez una Infanta del Reino que por amor decidió contraer un matrimonio morganático. Durante unos años, vivieron felices, comieron perdices y tuvieron muchos hijos hasta que un ogro, disfrazado de socio de negocios, se cruzó en su camino. Bailes, fiestas y diversiones económicas sin fin siguieron durante un tiempo, aunque pronto se tornaron en cámaras, micrófonos y embargos, como si la campana al tañer las 12 hubiese puesto fin al embrujo. Nóos podréis creer las múltiples diatribas sufridas, padecidas y que aún restan por padecer, mas baste tener en cuenta que tras cinco años de investigación aún espera el inicio del juicio.
En todo este tiempo hemos ido viendo el paulatino distanciamiento entre la rama principal de la Familia y la colateral, quedando ya lejos aquellos días en los que mediante otro Real Decreto se le otorgó la Gracia del Ducado. Aun recuerdo como durante casi todo el año pasado se insistió en que la Infanta Doña Cristina renunciase a sus derechos dinásticos, con miras a desligar, aún más, los avatares judiciales de Su Alteza del resto de la Familia Real. Visto que no se consiguió nada con la presión mediática, tras la abdicación de Su Majestad el Rey D. Juan Carlos y la entronización de Su Majestad el Rey D. Felipe VI, la Familia Real se reorganizó, saliendo de la misma, a efectos institucionales que no familiares, las Infantas, como colaterales.
Este ostracismo inicial no pareció bastante habida cuenta que pareció claro, ya a finales del año pasado, que en cualquier caso veríamos a la Infanta Doña Cristina sentada en el banquillo, aunque aún no esté claro si durará mucho sentada por aplicación de la Doctrina Botín (y no me refiero al botín que las noticias indican que se han llevado) pero, como la tiranía de los medios es muy exigente, en estos meses que se ha hablado poco del tema y con antelación a que se hable mucho del asunto, como muy buen tino, se le priva, preventivamente, de derechos y honores (al menos, de algunos).
Ahora bien, el descenso a los infiernos, y aún no tengo claro que sea merecido, no solamente va acompañado de la pérdida de la Gracia (del Ducado, se entiende) por vía de la desautorización real, sino también de la mofa y befa atribuida a este último clavo en el ataúd, que así se convierte en el sainete que nos entretiene antes del auténtico final.
En pocos meses, es de suponer, la Audiencia Provincial de Mallorca tendrá terminados todos los prolegómenos para así poder sublimar las ansias del pueblo a través del linchamiento colectivo de nuestra Ilustre Infanta. Cuando llegue el momento, ya habrá perdido la Familia, el Título, el rango y el dinero, y hasta se rumoreó que el matrimonio hacía aguas; cuando el momento pase, puede haber perdido los derechos dinásticos e incluso la libertad. Pero mirémoslo por el lado bueno: habrá batido un récord en la historiografía borbónica.
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